El trabajo del autor tiene varias dificultades. San Pablo era bastante bueno haciendo su trabajo y ceñía sus cartas a los temas doctrinales u organizativos. En una comunidad había un problema y alguien escribía a San Pablo (o se chivaba, según quien lo mire). San Pablo respondía de manera escueta, sin poner información extra que ayude a entenderle mejor a él o a su época. Para empeorar las cosas casi nunca explicaba el motivo de su carta de manera que los lectores actuales están a oscuras sobre el contexto de las cartas y el sentido de las críticas o alabanzas de las mismas.
Los textos del propio Pablo son farragosos, difíciles de entender. Pero el autor (ay, los fans) se pasa el libro defendiéndolo, que que buen griego, que espléndida educación, hasta llegar al sorprendente capítulo final.
El capítulo final es extraordinario. En él se descubre y demuestra que al menos una carta (y posiblemente las demás) estaba escrita originalmente en arameo y que alguien la tradujo con errores al griego. Y el lector dice, bueno, ahora lo que habría que hacer es una traducción inversa al arameo de todas las cartas, luego otra directa del arameo al español y entonces se escribe de nuevo el libro, o mejor, se escribe de nuevo buena parte de la teología cristiana. Pues no, el libro se acaba ahí sin más explicaciones.
Igual que se acaba este post.
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