miércoles, abril 25, 2007

La botella de Gran Reserva

Gran Reserva Viña Ardanza 1997, destruída en el control de la T4. La leyenda empresarial que decía que una botella de vino del bueno cerrada podía pasar (un musulmán devoto nunca emplearía una bebida alcohólica para camuflar sus armas de destrucción masiva) ha resultado ser falsa. La botella (un regalo de esos de jefe para jefe, como un bosón de la física directiva) se lanza (con sumo cuidado, todo hay que decirlo) a un contenedor amarillo.

Este asunto, aparte de caro, me resulta tremendamente romántico. En el zoco de una antigua ciudad caravanera, rodeada de inmensos desiertos, un oficial inglés o británico camuflado con una larga barba, chilaba y turbante, escucha de labios de un eunuco fugitivo. El eunuco le cuenta los terribles planes de los archivillanos (Bin Laden, el doctor No) para destruir un vuelo de Ryan Air a Málaga con liquiditos metidos en botellas de champú. El oficial huye al galope para transmitir la vital información, aunque en su huida pierde le vista (cegado por el sol o por la espada incandescente de un verdugo tártaro) y tiene que ser rescatado por un antiguo compañero suyo, huido por cobardía y refugiado en una fábrica de centrifugadoras de lechuga para vender en los todoacienes occidentales. Con este acto heroico el fabricante de centrifugadoras de lechuga consigue la mano de Lady Pamela Hamilton y los 400.000 acres de tierra en el Thonthorronshire junto a su colección de fustas sado-maso.

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