Primero se duda de la cordura de uno, inmediatamente de la de otro. Al final de la de todos. Y ya solo quedan dos caminos. Dudar de la cordura propia, o dudar de la cordura de la cordura, no hay normalidad sino distintos tipos y colores de locura. Al final el mundo flota y no hay razón.
Dice Henry Kamen que Felipe II cazaba todas las mañanas con una disciplina obsesiva por los bosques de la Casa de Campo, se obligaba obsesivamente a guardar cada día los papeles para jugar con sus hijas, intentaba, locamente, alejar la sombra de la locura.
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