Sí, yo defiendo a Pepe Rubianes.
¿Acaso todos los demás que reciben subvenciones están limpios de polvo y paja? ¿Ninguno habrá quemado alguna vez una bandera española? ¿Ninguno será en el fondo de su corazón un independentista? O, ampliando el arco de los pecados contra sus conciudadanos, ¿cuantos de nuestros artistas subvencionados habrán conducido borrachos, pisoteado el cesped, hecho fiestas en el piso a altas horas de la madrugada o tenido pensamientos impuros alguna vez?
Muchos. Todos.
No queramos ahora hacer justicia con el pobre Pepe, que lo único que ha hecho a sido elevar a público su patético progresismo antiespañol.
El problema, ahora escribiendo en serio, es que el arte no debería estar subvencionado.
Si en algo coincido con Jiménez Losantos es en que el mejor Ministerio de Cultura es el que no existe. El concepto de arte estatal es una idea estalinista. El arte subvencionado deriva placidamente hacia el onanismo o, todavía peor, la complacencia con el poder. Ninguna pieza de arte digna (y sé que ninguna es una palabra muy fuerte) ha nacido de una subvención estatal. El artista, como el ingeniero o el pastelero, debe ganarse el pan con el sudor de su frente y producir obras que le gusten a alguien. Ningún gobierno es quien para darle mi dinero a Almodóvar, Amenabar, Rubianes o Norma Duval.
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