El libro también cuenta, implicitamente y en sus pocas páginas, de Estados Unidos y su naturaleza hiperbólica. Los (desconocidos para nosotros) Thoreau, John Muir o Emerson están grabados a fuego en el código genético más interno de los americanos.
Un libro bueno y breve. De esos en que el estilo desaparece y queda sólo el autor y la narración, el privilegio de los escritores anglosajones y de los traductores buenos. Quedo al final prendado, con el corazón en suspenso. Supongo que mis inquietudes personales influyen, pero, ¿cuando no? ¿porque no? Al final repaso la bibliografía de Krakauer y veo que me lo he leido todo (menos una cosa sobre los mormones).
El debate que querría Krakauer sobre la razón o no de McCandles es tonto. McCandles tiene razón y Krakauer lo sabe. Su confianza franciscana o sus errores logísticos no pueden con el intrínseco acierto de su vida. La nota final de McCandles ("He vivido una vida feliz...") es definitiva. McCandles tiene el privilegio del bienmorir y diga lo que diga Fesser (pf!) ese es un privilegio absolutamente envidiable.
Nota para mí: recordar la iluminación que del Alto Tajo, comiendo latas de atún que nos regaló un misericordioso, la única comida en 20Kms a la redonda. Que la idea de Francisco (y de McCandles) igual funciona y es que igual todos los días, a las 8 de la mañana, nos volvemos locos y nos olvidamos de los lirios, de las golondrinas y de la vida.
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