Los parques con columpios se prestan a todo tipo de problemas sociales, para niños y padres.
El otro día, Domingo por la tarde, bajo con la niña al parque. Además del equipamiento básico (cubos, palas) bajamos el flamante regalo que la traje de Brasil: un baloncito de fútbol bonito, amarillo brillante, de Nike de los buenos. El orgullo de todo padre futbolero.
Estamos excavando agujeros. Se acerca un niño, de unos cuatro años, cuya madre postadolescente obesa y fumadora está en la otra punta del parque contándole nosequé desventuras a otra amiga suya, también postadolescente de las de ombligo al aire y con pirzin. El niño coge la pelota (nuestra pelota) y se va dándole patadas. La madre pasa de todo. Parece que la madre confía la vigilancia de su hijo a Dios, al Angel de la Guarda o al colectivo de los demás gilipoyas que vamos al parque.
Mi niña amenaza con enfurecerse y pegarle un mordisco al crío pero yo, padre de aspiraciones modernas, impregnado de un progresismo social, le digo "No te enfades, déjale la pelota que hay que compartir..."
El crío empieza a intercambiar chuts y regates con otro niño, chuts que vigilo preocupado porque la pelota me costó una pasta. A los quince minutos de ansiedad me doy cuenta de que mi niña también ha dejado la pala y mira con envidia a los futboleros.
Yo quiero fomentar esta afición (es obvio que el fútbol femenino acabará triunfando). Así que me acerco al chaval:
- Oye, chaval - yo en plan enrollado - ¿le dejas jugar a la nena?
- No.
- Pero... es que le gustaría jugar un poco.
- No.
- Pero ¿de quien es la pelota?
- De la nena - jodé, que cabrón -
- Entonces...
- Pero es que estoy jugando yo.
Hasta aquí llega mi conciencia social. Ha llegado el momento de la venganza con ricochet.
- Oye, nene, ¿donde está tu mamá?
- Es aquella - y señala, logicamente, a la remota postadolescente con lorzas.
- Pues mira, cuando llegues a casa, le dices "Puta".
- ¡¡¡ Uaaaaaaahhh !!!! ¡Yo no digo eso! - Y se fue corriendo y llorando.
Al menos recuperé el balón.
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