viernes, abril 30, 2010

Microsafaris


El Sábado pasado la hierba estaba muy bonita: alta, fresca y cubierta de flores de colores. Así que había que cortarla.

Los arqueólogos de Madrid excavan antes de que llegue la tuneladora para documentar todo lo que va a ser destruido. Los biólogos se encaraman a los árboles del Amazonas que van a ser talados para encontrar miles de especies que viven sólo en ese árbol y poseen el secreto de la curación del cáncer, del infarto y del accidente de coche en la M-30. De la misma manera las niñas y yo hicimos un microsafari último por el jardín.

El microsafari es una de las actividades del libro "Sharing Nature with Children", un clásico, dicen, del ecologetismo. Se trata de avanzar lentamente, a rastras a ser posible por un jardín, siguiendo una línea recta o curva si la paciencia infantil lo permite. El microexplorador va mirando cada tipo de hierbecita, semillita o bichito. A las crías les encantó, gritaban al ver una hormiga como si hubieran descubierto un rinoceronte sesteando bajo las acacias.

Después saqué la desbrozadora y los del pueblo vinieron a opinar.

Me dicen que sería mejor usar una segadora de estas de ruedas, o incluso un cochecito. No quiero. Me parece apotorrar el espíritu.

Yo nací para príncipe renacentista, para condottiero, para aventurero del mundo y del espíritu, para embarcarme en osados microsafaris por minúsculas sabanas. La desbrozadora casa mejor con esta vocación viril y aventurera.

Aun sería mejor hacer como mi padre, que durante lustros segó su jardín con una romántica guadaña. Sin saber, eso sí, porque nosotros también hemos sido siempre muy urbanos. (Después de 20 años nos enteramos de lo que era "tiñir" la hoja, golpearla con un martillo para aplanar el metal)

Pero no tiene remedio. Mis sábados de abril pasarán dando vueltecitas en uno de esos cochecitos segadores, jardín arriba, jardín abajo, mucho cuidadito con las petunias de la esquina.



Los del pueblo, como digo, se sienten invitados a opinar. Casi todos coincidían en que era muy tarde ya para segar.
- Es que si siego antes, tendré que hacerlo más veces.
- Anda claro. Pues que te crees. Cada dos semanas más o menos.
- Pero entonces ¿Cuántas veces segaban ustedes los prados en el pueblo? Esto tenía que ser riquísimo ¿no?
- Que va. Lo segábamos una sola vez al año.
- ¿?
-Pero los de Madrid tenéis que segar mucho más.

Rotundo, el vecino se despide y se va a dar de comer a las gallinas.

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