Ahora que somos familia numerosa entra en lo remotamente posible alcanzar una plaza en una guardería pública. Así que ahí he ido esta mañana a presentar los papeles.
Aparte de mí había otro par de españolas haciendo cola:
- Oye, tía, que todavía no me has enseñado tu tatuaje nuevo.
- Ah, mira.
Lo tenía en la rabadilla. O algo por debajo.
Hasta ahora hemos llevado a las niñas a una guardería privada: pocos maestros, muchos niños, un edificio ajustadamente preparado con escaleras por las que los críos aprenden a subir, bajar y caerse, y escandalosamente cara. La directora hace alcanzar nuevas alturas a la palabra "pesetera".
A cambio la guardería pública es fastuosa: un edificio bonito y funcional, rampas en vez de escaleras, grandes aulas, grandes salas y plantas de interior. Todo eso para una selecta minoría: 7 niños de cero años, 14 de un año y 28 de dos.
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