martes, marzo 13, 2007

Ahí jugaban los niños


Esto me sucedió el Jueves pasado en el parque que hay frente a mi casa. El vendaval del día anterior había tirado al suelo muchas florecillas rosas de los ciruelos japoneses y la niña me había hecho bajar para coger un puñado. Era bastante tarde y estábamos practicamente solos.

- Ahí jugaban los niños.

Me giré. Me hablaba una mujer, ya mayor que yo, señalando al cesped.
- Aquí antes había unas chabolas de gitanos, los niños jugaban en este parque. En verano se bañaban en el riachuelo artificial y el jardinero, que era una buena persona, les regaba con la manguera.
- No sabía que aquí había habido gitanos.
- Sí. Luego hicieron los pisos, los vendieron a 27 millones. A ellos los recolocaron en un solar al lado del Mónica, el Colegio Mayor, pero les volvieron a echar diciendo que se iba a hacer una calle. No era cierto, en realidad es que se habían perdido los papeles del registro durante la Guerra Civil y el terreno pertenecería al que lo ocupara.
- ¿Y qué fue de ellos?
- Se dispersaron por todos los barrios de chabolas de Madrid y ahí cayeron en el mundo de la heroina. Mire... si se hubieran propuesto exterminarlos no les hubiera salido mejor.

La mujer ha trabajado muchos años con gitanos en distintas ONGs. Me cuenta que aunque ha habido realojos casi siempre han salido mal: en barrios sin transporte, sin servicios, sin integración, entre mafias de policías y abogados.

- Pero, ¿ha habido algún caso de realojo positivo?
- Sí, en Villa de Vallecas se hizo bien, en casitas agrupadas por clanes.

La mujer me pide disculpas por desahogarse conmigo. Yo la animo a continuar, la historia es interesante.

- Los payos, que somos la mayoría y tenemos la fuerza, tendriamos que darnos cuenta de lo que es vivir y dormir en una chabola. Hay que empezar por la educación, por los niños, que sepan vivir juntos y entenderse. Ellos todavía pueden.

La mujer ya se estaba despidiendo. Entonces, os lo juro, llegaron al parque vacío un niño y una niña, morenos y de piel aceitunada. De un salto el crío se encaramó a un cerezo, rompió una ramita cargada de flores y, colgándose de las piernas, se la dió a mi hija. La tenemos en una jarra en la cocina.

2 comentarios:

vancook dijo...

De verdad de la buena.

Anónimo dijo...

Pocas historias más tristes que la de un grupo nómada (cuya integración es ya difícil) con una tendencia adicional a la marginalidad (espero no ser políticamente incorrect@). Vamos para 5 siglos de convivencia y seguimos hablando del "problema gitano".