La ley antitabaco

Cenicero a la entrada de una oficina, al final del día.

Creo que la Ley ha "backfireado" (atroz, pero más ajustado que decir que el tiro ha salido por la culata, expresión demasiado rotunda a la par que semianal) en los bares de menos de 100 metros cuadrados.

Antes, en la Antigüedad brutal (o sea, antes de que gobernara ZP) yo entraba en un bar a desayunar, me pedía un café, el politoxicómano de al lado encendía su cigarrillo mientras se tomaba el solisombra mañanero y yo me podía permitir el lujo de mirarle con cara de odio y cabreo.

Hoy en día los bares de menos de 100 metros cuadrados (de facto, todos los bares con los que yo tengo relación comercial) ostentan un A4 a su entrada, pegado con cuatro cachitos de celo, con una transparencia de powerpoint que anuncia: "Se permite fumar". El politoxicómano enciende su pitillito con una sonrisa de oreja a oreja, con el orgullo del que, por fin, después de muchos años, ve reconocida la legalidad de su afición. Y a mí ya no me queda ni el derecho al pataleo y la cara de mala hostia.

Supongo que la ministra desayuna en el VIPs o en el despacho de su compañera Trujillo. Si por algún accidente tuviera que ir al "Café Bar Anjupe Tapas" o a la "Cervecería el Escudo de León" y viera esas maravillas del diseño gráfico (el icono del cigarrito metido en un circulo, el rótulo en Times New Roman a toda página) le daría un soponcio terminal.