Oh que pena. Javier Marías tiene habilidad para entretejer densísimas disquisiciones ("el Kundera de lo pequeño") en sus novelas, y sensibilidad para diseccionar amablemente las sensaciones de la vida doméstica. Es absurdo, con estos mimbres, empezar una novela de espías. Y así la novela de espías no avanza, no va a ningún lado y se disuelve. En 300 páginas lo único concreto que le queda al lector es la historia doméstica del protagonista (y por supuesto las disgresiones kunderianas) ¡Y ha echado así tres libros! En cualquier caso habrá que seguir leyéndolos para seguir destilando el Javiermarismo y luego desquitarse con alguna buena de Le Carré.
Mete Marías o vuelve a meter de clavo la historia de la denuncia a su padre (Don Julián). No sé si son ganas de desquitarse a toro pasado (con todos los protagonistas ya muertos) en un medio, la novela, que con certeza se iba a difundir mucho. O si lo hace por seguir a Javier Cercas (este libro es un año posterior a "Soldados de Salamina"). O si es un intento por conseguir para su padre el carnet de progresista (y así heredarlo el propio Javier de manera entre biológica y chamánica, Espada publicó una "Carta catalana" tremenda sobre esta heredabilidad de la virtud política, vease también a de la Vega, su padre y los nombramientos de Girón). En cualquier caso es una inclusión que degrada la historia real confundiéndola con la ficción. No creo que su padre lo hubiera aceptado.
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