lunes, marzo 23, 2009

Santuy y el Cerrón


Mi mujer me ha regalado una mañana de monte. ¡con coche! He aprovechado y me he ido a lo más remoto.

El Santuy tiene, según desde donde, una de las siluetas más bonitas de la sierra. Iba con tantas ansias que no he llegado a El Cardoso. He parado el coche nada más llegar al punto en que la carretera pasa por la arista sur del monte, me he echado rapidamente la mochila al hombro (ya la compondré luego) y he empezado a subir a toda velocidad, por medio del bosque, ignorando las pistas y los caminos.

He subido rapidamente, deseando que el cansancio venciera al mono de monte que me estaba matando. El último empujón hasta la cumbre del Santuy ha sido muy complicado, muy táctico, con una pequeña y gratificante trepada incluida.

Una vez en la cima es inevitable seguir hacia el Cerrón. Primero por una pista y un escenario algo apocalípticos, bajo el sol absoluto del mediodía. Luego los he dejado y he seguido por la nieve y las rocas de la cumbre, una sucesión de picos en que el bueno era, logicamente, el último.


A lo largo de la subida me he ido encontrando varios mojones cuadrangulares, de unos dos metros de alto, construidos con bloques cuadrados de pizarra. Se parecen en forma y disposición a otra "hilada" que hay en la loma que deja el primer Jarama a su izquierda y a los que pasan la Sierra a la altura de la Acebeda. Supongo que marcan pasos de ganado. No sé que antigüedad pueden tener.

El día era estupendo, claro y sin nubes. Desde la cumbre del Cerrón he visto al Noreste el Moncayo, y luego Cebollera y Urbión.

A la bajada me he tomado mis minutos para sestear en el collado del Agua Fría, tumbado con el gorro sobre la cara. He perdido el sentido de donde estaba. Ya no olía a piorno caliente. La hierba verde me traía a la memoria somnolienta los Pirineos. Me parecía que la montaña entera se mecía suavemente conmigo encima. Supongo que el picotazo de endorfinas debe de tener algo que ver con estas maravillosas siestas montañeras. Si existe el cielo debe de ser algo parecido (sin lugar, sin tiempo, sólo con el aroma de la hierba y el rumor suave del viento)

Luego he seguido. He decidido que la norma debe ser: una sola siesta por excursión. Así que no he parado en el siguiente collado y he bajado bosque a través hasta caer de nuevo, exactamente, en el coche.

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