El fuego, extinguiéndose, una luz a un lado, las niñas acostadas, un libro (De Lillo, Submundo) y un culín de coñac en un vaso. Lo malo de los momentos extraordinariamente buenos es que nulifican los demás. Por eso (por ese matiz homicida, lo que mata el tiempo de un hombre ¿no mata al hombre?) nos provocan ese sentimiento de inmoralidad soterrada (no acusemos, como siempre, a la judeocristiana relación de placer y culpa).
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