miércoles, mayo 28, 2008

Peñacabra


Tengo la suerte de poder salir bien pronto, cuando las nubes siguen pegadas al valle, a veces esconden y a veces dejan ver los pueblos. Paso el robledal. Abajo los árboles ya tienen la hoja verde pero más arriba acaban de sacar unos brotes amoratados. Paso el pinar con rapidez y me meto a atravesar matojos. Las retamas están florecidas.

Tenía yo poca fé en el libro, uno que había comprado hacía tiempo, de excursiones medio imaginarias, más propias de sueños que de la habitual y soleada rutina montañera. La numeración y la ordenación de las excursiones son catastróficas. Pero me lleva, me lleva. LLego por fin a una cabeza despejada, una cota de las de número, sin nombre. El libro declara chozas de pastores las ruinas que me rodean pero el uso de otras fuentes me hace pensar que realmente es un fortín republicano.

Animales. En el bosque un corzo y yo nos asustamos mutuamente. Ahora dos cabras montesas (dos machos jóvenes) me vigilan desde unas peñas y luego se van. Levanto varias perdices.

Queda mucha pendiente y poca fuerza. La niebla me rodea y me cuesta entrever los vallejos que me rodean. Voy andando de a poquitos, 30, 40 pasos y respiro. Por fin llego a los complicados baluartes de la cima de Peñacabra. 1100 metros en la mochila.

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