A los cinco minutos de bajarse del tren, uno ya ha aprendido que Beethoven nació o vivió o murió o hizo alguna otra cosa biologicamente significativa en Bonn. Pero no queda ningún recordatorio, ninguna señal, de que la ciudad fue durante cincuenta años la capital de la segunda potencia económica del mundo.
Algunos edificios (bibliotecas, museos) son extraordinariamente grandes, sí. Pero no queda nada más. No hay estatuas, no hay banderas, no hay autopistas... Se las llevaron, me imagino que en grandes cajas de cartón, los que supongo eficientísimos servicios de mudanzas alemanes.
Supongo que desde el principio, los alemanes ya sabían que lo de Bonn era temporal y que más pronto o más tarde la capital volvería a Berlín. Si hubieran querido una capital seria hubieran cogido Munich, Frankfurt o Hamburgo y no un suburbio de Colonia. Lo de Bonn debía de ser una especie de pequeño secreto humorístico que guardaban irónicos ochenta millones de ciudadanos.
Tampoco encuentro ninguna mención al sorprendente hecho de que justo al sur de Bonn esté Remagen.
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