
Es curiosamente positivo para las novelas de la serie de Alexander Benedict que su protagonista sea un anticuario y un historiador. Descubrir un Universo es, quizás, la parte más fascinante de una novela de ciencia ficción. Descubrir la historia de este Universo es, quizás, todavía más interesante.
Si además en la Historia de este Universo entra la nuestra, y la historia de dd refleja y se refleja en la de los 300 pues tanto mejor (Y es que, aclaro, igual Leónidas estaba equivocado, o igual acabó sus días como un pastor anónimo en alguna isla del Mar Jónico)
En cuanto al desarrollo, pues muchos viajes de aquí para allá, ahora un planeta, ahora otro, para conversar con uno o con otro. Se vuelve confuso e irrelevante distinguir una ciudad de otra, un planeta de otro. Más irrelevantes son los ocasionales intentos de asesinato, recurso habitual para animar una investigación que en realidad se basta para sustentar la novela.
Al encontrar estos recursos en esta novela (la primera de la saga) me ha aburrido (un poco sólo) retroactivamente Polaris, la tercera de la serie y que leí hace algunos meses.
Sí tengo que aceptar que McDevitt puede ser el Asimov de nuestra época, aunque quizás más el Asimov modesto de Lucky Star y de Elijah Baley.