martes, diciembre 05, 2006
Oratorio de Navidad
Esta muchacha tan formal se llama María Schneider y el Sábado tuvo el privilegio de tocar los timbales en el Oratorio de Navidad de Bach, con la orquesta de cámara Madrid-Munich. Los timbales abren el Oratorio con un pum-putupumpumpum vibrante, alegre, maravilloso, que María convirtió en un temblorcillo mojigato.
Como el resto de la orquesta y los dos (dos) coros siguieron la línea de María (y el propio Bach, que en el resto del oratorio hizo un cortaypega más bien tristón) me dio tiempo a postular algunas teorías sobre el compositor (al que confieso mi favorito) desde la ignorancia más total.
La primera es que Bach, al fin y al cabo, componía para una orquestina de ciudad pequeña (una pequeña orquesta de parroquia y unos burgueses que tuvieron el extraordinario privilegio de tocar y escuchar por primera vez la Música más maravillosa del mundo). Y él era muy consciente de las limitaciones de sus muchachos. De manera que, en mi opinión y en general en los oratorios de Bach, limitándose a tocar lo que pone en el papel los músicos pueden obtener unos resultados muy decentes. Cosa que no se puede decir de otros estilos, por ejemplo el piano romántico o el clave barroco, concebidos para recibir la aportación creativa de un intérprete de primera línea.
La segunda es mi opinión, ciertamente infundada, de que Bach padecía de "horror vacui" en el espectro de frecuencias. Si Bach veía una frecuencia poco ocupada ahí metía una voz, un contrapunto, una armonía.
Claro, esto puede producir una composición plana, pero ahí le salva a Bach algo que entendí precisamente el Sábado, cuando por el privilegiado (?) asiento que ocupaba además de ver las bragas a la soprano tenía luz de sobra para leer el libreto. Y es que Bach tenía el idioma alemán. El texto salpica la música de Bach de consonantes, como un repiqueteo que adorna su composición e impide que se convierta en una plasta multifrecuencia. Bach, un compositor hábil, convertía las generosas consonantes de la lengua de Goethe en la alegre percusión que Maria Schneider no nos quiso dejar escuchar.
En estos pensamientos estaba cuando llegó el bis y María se desquitó premiando nuestra paciencia con una maravillosa entrada ("pumpudubumbumbum...") que siguieron las trompetas y luego los coros a voz en grito, abriéndonos a los oyentes, durante unos segundos, las puertas del éxtasis sajón.
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