Esta mañana de Sábado veraniego se juntan en el cementerio los turistas como yo, los devotos de Evita, los enterrados y los enterrantes, chicos bien que se saludan frotándose la espalda.
El guía es un doctor al que la crisis convirtió, en sus propias palabras, en parado de alto nivel y que, docto, ilustrado, estudió turismo para poder dar rienda suelta a su generoso conocimiento. El grupo de necroturistas empieza siendo nutrido pero los españoles, siempre impacientes, abandonan a la segunda tumba para ir directos a la de Evita y nos dejan solos a un comercial romano y a mí.
Al guía le da bronca lo de Evita, le irrita, la deja para el final e insiste en su caracter accidental dentro del camposanto que tiene mucha más cosas importantes ("Acá se refleja todo lo que pasa fuera."). Entre las cúpulas (los panteones) nos muestra la historia de Argentina: hacenderos, intelectuales, primos, tíos, amantes, criollos, ingleses, franceses, caudillos ("Acá tenemos una tradición frondosa de caudillos"), leyendas, mitos y, claro, Eva Duarte.
Los panteones están sujetos al libre mercado y se compran y se venden "como las viviendas de fuera. Cuando vendés, claro, tenés que desalojar, y el que llega hace reformas a su gusto". El precio de cada panteón ronda los 30.000 dólares que no me parece caro.
La historia del cadaver de Evita es confusa: una vez muerta ("no se sabe si se equivocaron los médicos, hubo mucha leyenda") la embalsamaron muy bien y la llevaron al edificio de la CGT, el sindicato. Los militares, al deponer a Perón, ocultaron el cadaver pensando en destruirlo para acabar con el culto popular. Finalmente y a través de una orden religiosa lo trasladaron a Milán ("dicen que iba metida entre escombros para que nadie sospechara"). En 1971 Perón recibió el féretro y se lo llevó al desván de su casa en Puerta de Hierro, en Madrid, lo que levantó las protestas de los vecinos (los españoles, siempre tan cabrones). Cuando Perón volvió a ser presidente dejó el cadáver en España.
Y aquí se mexcla una historia todavía más rocambolesca, la del general Aramburu al que los montoneros secuestraron dos veces, la segunda ya muerto.
Aramburu era un militar de familia vasca. Estrictísimo, disciplinó el ejército y participó en el golpe de Estado que destituyó a Perón en 1954. En 1970 los montoneros lo secuestraron y lo mataron. Aramburu fue enterrado en un túmulo erigido por oficiales en el cementario de Recoleta. En 1974, muerto ya Perón y bajo la presidencia de Isabelita los montoneros entraron en el cementerio y se volvieron a llevar al pobre Aramburu para reclamar el retorno del cadaver de Evita. Isabel cedió, el cadaver fue repatriado desde España y enterrado junto al de su marido. En 1976 hubo otro golpe de estado (el que nos suena a todos). Los generales esta vez separaron los cuerpos y entregaron cada cadaver a la familia correspondiente. El de Perón fue enterrado en una finca y el de Evita en el panteón de su hermana, que es donde se encuentra... por ahora.
Como frente al cementerio en una zona de restaurantes muy bonitos. El camarero es de O Grove, llegó en 1948:
- ¿Es cierto que aquí comía a veces Borges?
- Durante diez años venía acá dos veces al día, a no ser que tuviera viaje. Pero es que claro, siendo dos en casa no merece la pena ponerse a cocinar.
Charla conmigo mientras me tomo la tortilla y el flan casero. Al despedirme no puedo dejar de preguntarle:
- ¿No se hace raro tener tanto asador enfrente del cementerio? En España la gente lo vería de mal augurio.
- En España es raro, sí. Pero acá es normal, los vivos están más cerca de los muertos. Y tampoco debe de ser un mal lugar: entran muchos pero no se va nadie.